Cuando mi madre era pequeña mi abuelo la sentaba en sus rodillas y le cantaba tangos y mi madre lloraba con la historia de la cieguita y de sus tangos preferidos, cuando yo era niña, mi abuelo lo intentó conmigo pero yo no lloraba, sólo quería saber cómo acababan las historias, así que nos sentábamos en la mesa del comedor y sacaba un reproductor de casetes, grande como una caja de zapatos, y su archivador de cintas de tango que aún conservo en un armario. A mí me encantaban los tangos, nos pasábamos horas en silencio escuchándolos, a mis preguntas sobre las escenas cabareteras siempre la respuesta era "eso será lunfardo y yo tampoco lo sé, imagínatelo" como si eso se me pudiera decir a mí que vivo sepultando excedentes industriales de imaginación. Por eso mi "imaginario" está lleno de arrabales, de movimientos imposibles, de lágrimas entrecortadas de mi abuelo escuchando las canciones, de silencios compartidos. Los niños de mi clase cantaban que susanita tenía un r