De niña no me gustaban las muñecas, para jugar a hacer de mamá prefería un bebé de carne y hueso. Tenía una bicicleta, un monopatín, balones, legos, monopolys, y un hermano con el que jugar. Un día me regalaron una rana Gustavo y me fascinó, dormía con la rana, cuando estaba triste quería que me abrazara y movía sus brazos y piernas de alambre para que se agarrara a mí. Le daba besos, le contaba cosas y parecía que me escuchaba. Ahora tengo tres ranas más, una está fabricada en Valencia y es una imitación sin gracia, las otras dos son de las que tienen alambre en las piernas y me encantan. Las tengo medio escondidas, son un secreto con historia...
En la variedad está el gusto.