Cuando me pongo a escribir frente al ordenador y no se qué poner, pierdo la mirada en la pared y aparecen mis cactus. Antes había tres, pero uno murió. Sé que es difícil que muera un cactus pero éste un día se licuó y despareció. De ellos sólo hay uno que crece, su tronco se alarga como si fuera un junco de plastilina y sus espinas no son aún secas y punzantes sino verdes y tiernas. Le llamaré Tina, de plas ti li na . Mi otro cactus es como una mandarina, verde y dura, con gajos a medio formar en su corteza. Es el típico cactus que siempre aparece con una flor pero donde debería de estar sólo hay un ligero cambio de color, donde el verde es más pálido. Le llamaré Manri. Viven en una maceta para bonsais, verde oscuro, rectangular, con los cantos hacia dentro. Y encima de la tierra tienen cristales transparentes y alguno de color. Esta maceta está encima de la mesa donde tengo el ordenador, a la izquierda del monitor, en una esquina. Son mi primera mirada, cuando no se a donde mirar.
En la variedad está el gusto.