Éste es mi único rincón florido o, al menos, en donde las margaritas dieron un empujón y están aún bonitas porque, cuando crezcan y se hagan un matorral y se llene de abejas, no me gustarán tanto como ahora. Lo de la izquierda no sé ni qué era pero en la tarjeta de visita del jardiland era muy bonito, y lo de la izda radical son clavelitos rojos y blancos. Y lo que sigue es un montón de rosales que no parecen secos pero que tampoco parecen rebosantes de vida.
Me siento una apandadora, una apandadora afónica porque sueno ronca, pero una apandadora. Por la mañana me visto de algodón con casi lo primero que pillo limpio, aunque suelo comprar todo conjuntado entre sí para no tener que sentirme demasiado disfrazada, no me maquillo, no uso cremas, casi ni me peino (mi peluquera se merece el cielo por conseguir un corte que no necesite peine) y salgo hacia el colegio. Me paso la semana ideando maneras de cambiar de trabajo, no paro de oir sobre la suerte de ser funcionaria, de tener un trabajo estable, de acabar a las cuatro, etc. y yo me siento una apandadora porque me paso la vida queriendo escapar de este mundo laboral y no lo consigo. Y este año estoy bien, salvo que me quedo sin voz, la otorrino me dice que me paso la vida en tensión, que el trabajo no ayuda, que fuerzo la voz, que los nervios me dan acidez y que tendría que cambiar de trabajo. El otro día me dijo, empezaste dando clases de COU de tu especialidad, podías enseñar conocimien
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