Tenemos que engordar juntos.
A menudo, está el mundo demasiado preocupado poniendo esa barrita de "siguiente cliente", andan todos ansiosos, nerviosos, con miedo de que quien esté delante se le lleve los yogurts, miedo de pagar los embutidos de quien esté detrás. Hasta que no se marca esa división, no hay descanso. Tampoco luego descansan, inventan otras maneras de distraerse. Por esa razón, pocos llegan a darse cuenta de que la verdadera imagen del amor aparece en la caja del supermercado, en esos minutos en los que uno pone las compras en la cinta y, en el extremo, el otro las coloca en bolsas.
Canciones y poemas ignoran esto. Repiten campos, montañas, playas, acantilados, jardines, love, love, love, pero ese momento específico, el de la caja del supermercado, tan exacto como certero, es sistemáticamente ignorado por todos los cantantes y poetas románticos del mundo. Sé bien que existe la crudeza de los fluorescentes, el ruido de las cajas registradoras, clin-clin-clin, está ese ruido de las monedas que caen en las bandejas de plástico, está la musiquilla de los altavoces: responsable de la sección productos del día acuda a caja 12; pero, a la vez, en otro plano secundario, esto sólo debería servir para elevar aún más la grandeza nuclear de este momento.
Es muy fácil confundir lo banal con lo más precioso cuando surgen no solo simultáneos sino sobrepuestos. Esa es una de las mil razones que confirma la necesidad de la experiencia. Vivir es muy diferente de ver vivir. O sea, cuando se está lejos y se ve a una pareja en la caja del supermercado que divide tareas, existe la posibilidad de ser snob, crítico literario; cuando se es parte de esa pareja, esa posibilidad no existe. Pasan por las manos las compras que escogemos una a una y los instantes futuros que imaginamos mientras los escogíamos: para la comida, el desayuno, para poner la ropa sucia en la lavadora, para cuando el otro estuviera lavándose los dientes o cuando nos laváramos los dientes juntos, reflejados en el mismo espejo, con la boca llena de pasta de dientes, y comunicándonos con palabras de sílabas imperfectas, como si tuviésemos algún problema de dicción.
Tener a alguien que sepa el pin de nuestra tarjeta bancaria es un descanso para el alma. Esa tranquilidad hace falta, reduce la velocidad del tiempo de nuestro ritmo personal. Es incomprensible que nadie lo cante.Canciones y poemas ignoran tanto sobre el amor. ¿Cómo se explica, por ejemplo, que no hablen de las tardes de sofá frente al televisor? No tiene explicación. El amor es también estar en el sofá, tapados con la misma manta, viendo series malas o películas malas. Quizás llueva fuera, quizás haga frío, no importa. El sofá está calentito e incluso está frente a un aparato por el que pasan las series y las películas más tontas jamás filmadas. En breve empiezan las teletiendas, también sirven.
Tenemos que engordar juntos.
Estas situaciones de amor se vuelven claras, casi evidentes, una vez se pierden. Cuando se tuvo y se perdió, la falta de amor es el atravesar en solitario los pasillos de los supermercados: uno de pan, uno de leche, un precocinado para microondas. No se necesita ni carro ni cesta, no se justifica, se cargan las compras con los brazos. Después, como no hay ganas de volver a casa donde no nos espera nadie, buscamos durante largo rato algo que ni sabemos qué es. Por el camino uno va comprando y llega a la cola de la caja equilibrando una torre de formas aleatorias.
Cuando se tuvo y se perdió, la falta de amor es estar sólo en el sofá y cambiar constantemente de canal, ver series sueltas y películas y, poco después, cambiar de canal por no tener con quien comentarlas. O aún peor, andar con frío, atravesar la lluvia, sólo por querer huir de ese sofá.
Y los amigos, cuando lo saben, no se sorprenden. Reaccionan como si hubiesen sabido desde siempre que todo iba a acabar así. Ofenden nuestra memoria.
Nosotros nos lo creímos.
Tenemos que engordar juntos, era ese nuestro sueño. Hace algunos años, tras perder un sueño así, pensaba que tenía que continuar delgado. Ahora, en este momento, creo que tengo que engordar sólo.
Traducción a mi aire de José Luís Peixoto, in revista Visão (Janeiro, 2012)
Comentarios