Hoy pensaba en qué profes me habían marcado, en primer lugar pues mi abuelo y mi madre, claro, y luego en EGB pues recuerdo a la profe de mates, la señorita Vergeli, porque todas eran señoritas y, aunque era una escuela pública, los niños estaban en un piso y las niñas en otro. A ella, la llamábamos también "el resplandor", daba matemáticas pero a veces nos salía con reflexiones del tipo que nunca ha habido nadie inmortal pero que eso no significaba que nosotros no pudiéramos serlo, que nada era imposible. También nos decía que a lo largo de la vida casi todos tendríamos cáncer pero que nuestro organismo lo iba a combatir la mayoría de las veces y no iba a ser nada grave.
En el instituto recuerdo a la profesora de francés, Sofía Ventosa, que ya en los ochenta estaba para jubilarse, y que decía que su abuela fue una mujer de lo más independiente y que no nos creyéramos que la mujer no había hecho siempre lo que le había dado la gana, que la libertad había que buscarla y que no estaba donde nos dijeran que estaba, que uno se podía sentir libre fregando platos, que buscáramos cada uno la nuestra. Recuerdo también a R. Valmaña que me decía siempre eso de te apruebo para no verte y que dejaba que hiciera yo los exámenes de geografía de toda la última fila y nos ponía a todos un seis, aunque ponía examen a, b y c. Y a un profesor de religión que nos hacía no creer en nada establecido y que se llamaba Jesús Pérez Paz. Allí empecé a tener profesores que no me gustaban, como uno de filosofía que se llamaba Vayà y que repetía mamotretos como un loro y se dormía en clase o Vives que explicaba muy rápido y, si no la escuchabas en clase, te bajaba la nota aunque hicieras un examen perfecto.
En la universidad me pasé muchos años, con quien más aprendí fue con Jean Lieffrig, un lector belga que me despertaba la curiosidad por todo a base de hacer trabajos y que nos llevaba como la seda, también con uno de lógica que venía bebido y cuyo nombre no recuerdo, con Sánchez Cascado vi el plus de calidad que tiene un profesor cuando explica algo que le gusta y el valor de la libertad de pensamiento, palabra y obra. Con Basilio Losada me reí mucho, no revisaría los apuntes porque seguro que parte de la teoría se la inventó como hice yo con los trabajos que le presenté y que me valían siempre la nota máxima y críticas por parte de mis compañeros. Su hija era lo más pautado que he visto en mi vida, sólo una mente clara y lúcida puede explicar así las cosas y, cuando hacíamos algo mal decía "esto sería más feo que matar al padre" y todos nos callábamos pensando en su venerable progenitor. También hubo profes nocivos para mí, como Alain Verjat o Marie-France Borot; para hacer sus trabajos íbamos a emborracharnos y así delirábamos lo suficiente como para adivinar qué querían hacer (eso fue lo mejor, claro). Muchas veces nos reíamos de ellos pero como no éramos nada les daba igual y así siempre, se equivocaban con los datos de sus pobres incisos científicos, no se preparaban las clases, cuando pienso en profes a los que no imitar siempre pienso en ellos. Aprobaban fácil y ya.
Yo soy profesora de las que intenta más que enseñar, despertar la curiosidad, mostrar lo vasto de lo que no sabemos y lo que nos queda a todos por enseñar. Necesito la lucidez de Elena Losada, las inyecciones de falsa esperanza de la señorita Vergeli, la tolerancia de Ramon Valmaña, y la capacidad de inyectar curiosidad de Jean Lieffrig y Guilhem Naro (que nos volvía locos con su manera de ver las cosas y que me enseñó a perder el miedo a equivocarme).
De todos modos, aún los recuerdo en tardes de querer cambiar de trabajo como las de hoy.
En el instituto recuerdo a la profesora de francés, Sofía Ventosa, que ya en los ochenta estaba para jubilarse, y que decía que su abuela fue una mujer de lo más independiente y que no nos creyéramos que la mujer no había hecho siempre lo que le había dado la gana, que la libertad había que buscarla y que no estaba donde nos dijeran que estaba, que uno se podía sentir libre fregando platos, que buscáramos cada uno la nuestra. Recuerdo también a R. Valmaña que me decía siempre eso de te apruebo para no verte y que dejaba que hiciera yo los exámenes de geografía de toda la última fila y nos ponía a todos un seis, aunque ponía examen a, b y c. Y a un profesor de religión que nos hacía no creer en nada establecido y que se llamaba Jesús Pérez Paz. Allí empecé a tener profesores que no me gustaban, como uno de filosofía que se llamaba Vayà y que repetía mamotretos como un loro y se dormía en clase o Vives que explicaba muy rápido y, si no la escuchabas en clase, te bajaba la nota aunque hicieras un examen perfecto.
En la universidad me pasé muchos años, con quien más aprendí fue con Jean Lieffrig, un lector belga que me despertaba la curiosidad por todo a base de hacer trabajos y que nos llevaba como la seda, también con uno de lógica que venía bebido y cuyo nombre no recuerdo, con Sánchez Cascado vi el plus de calidad que tiene un profesor cuando explica algo que le gusta y el valor de la libertad de pensamiento, palabra y obra. Con Basilio Losada me reí mucho, no revisaría los apuntes porque seguro que parte de la teoría se la inventó como hice yo con los trabajos que le presenté y que me valían siempre la nota máxima y críticas por parte de mis compañeros. Su hija era lo más pautado que he visto en mi vida, sólo una mente clara y lúcida puede explicar así las cosas y, cuando hacíamos algo mal decía "esto sería más feo que matar al padre" y todos nos callábamos pensando en su venerable progenitor. También hubo profes nocivos para mí, como Alain Verjat o Marie-France Borot; para hacer sus trabajos íbamos a emborracharnos y así delirábamos lo suficiente como para adivinar qué querían hacer (eso fue lo mejor, claro). Muchas veces nos reíamos de ellos pero como no éramos nada les daba igual y así siempre, se equivocaban con los datos de sus pobres incisos científicos, no se preparaban las clases, cuando pienso en profes a los que no imitar siempre pienso en ellos. Aprobaban fácil y ya.
Yo soy profesora de las que intenta más que enseñar, despertar la curiosidad, mostrar lo vasto de lo que no sabemos y lo que nos queda a todos por enseñar. Necesito la lucidez de Elena Losada, las inyecciones de falsa esperanza de la señorita Vergeli, la tolerancia de Ramon Valmaña, y la capacidad de inyectar curiosidad de Jean Lieffrig y Guilhem Naro (que nos volvía locos con su manera de ver las cosas y que me enseñó a perder el miedo a equivocarme).
De todos modos, aún los recuerdo en tardes de querer cambiar de trabajo como las de hoy.
Comentarios
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espero que leas este comentario y sobre todo que me contestes lo mas rapido posible...
hasta pronto
Jean
escribeme rapido por fa via
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abrazos
juan