Tengo abandonado el blog pero hoy le daba vueltas a que la manía por el orden se da en personas que no se quieren mucho, que no se gustan, y que no quieren mancillar sus casas con rastros de sus vidas y tienen la casa como si nadie viviera allí.
Las madres maniáticas de la limpieza suelen ser tolerantes con el desorden de los hijos, no les importa que se note que viven allí. Pero de ellas no hay más trazo que ese orden tan matemático.
De allí pasé a pensar en eso de "Ordem e progresso" de la banderita brasileña y en que quizás no haya progreso sin esa sensación de no quererse y la de querer cambiar. La de no querer dejar trazos del pasado y volver a poner todo nuevo.
Ahora dudo entre pensar que el progreso está sobrevalorado o en ponerme a ordenar un poco.
Comentarios
Los gobiernos de los países industrializados devalúan sus monedas un porcentaje variable cada año en el intento de impulsar la sensación común de crecimiento económico, y contentar así la suficiente cantidad de ciudadanos como para garantizarse ganar las elecciones siguientes.
Pero no es un progreso, un crecimiento real. Es una ficción que poco tiene que ver con el "avance".
En el cálculo de su ecuación político-social-económica siempre se olvidan de incluir lo que se conoce como externalidades, que son los costes reales de eso que ellos pretenden hacer pasar por progreso.
Son costes que, por no estar contemplados, van acumulando su efecto año tras año. Como aquel que al barrer su casa esconde siempre la porquería debajo de la alfombra.
Existe el cambio, eso sí. Un cambio indiscutible, vertiginoso y desbocado que es consecuencia de las interrelaciones de todas la actividades humanas en su conjunto.
Es un cambio que cada vez se hace notar más, sin que haya nadie que esté realmente sentado al volante de ese monstruo. Ni ganas.
(ya, seguro que un psicoanalista encontraría mil traumas detrás de esta afirmación)
1beso Eva!